Suena más apetecible, pero la expresión no es sinónimo de más calidad ni de productos más saludables
Verónica Palomo - Presta atención y verás algo extraño en el supermercado. Las marcas de alimentación comienzan a promocionar sus productos con reclamos difíciles de entender. Por ejemplo, al ya tópico del "100% vegetal", la bebida de avena de una conocida marca se presenta ante el comprador con dos curiosas palabras: "sabor natural". ¿Y eso qué significa? Lo cierto es que no nos ponemos de acuerdo respecto a qué se refiere tan escueto mensaje, pero rápidamente caemos presas del impulso de meterlo en el carrito del supermercado.
Según una encuesta que la empresa Ipsos hizo el año pasado, en la que se preguntó a los consumidores de 28 países qué entendían por "sabor natural", la diversidad de opiniones es la norma. Algunos de los participantes dijeron que era todo aquello elaborado sin ingredientes artificiales; otros, que eran los productos 100% procedentes de la naturaleza y, la mayoría, que era un sinónimo de saludable. La clave del fenómeno parece estar en la última respuesta. ¿No será que la industria alimentaria se está beneficiando de que esta etiqueta nos hace creer que su producto es más saludable, cuándo no es cierto?
Está claro que lo natural no tiene por qué ser siempre mejor, pero es que tampoco está libre de química. Recordemos el caso de los postres lácteos, un ejemplo de aroma y sabor artificial. Inicialmente se utilizaban especias naturales como saborizantes y aromatizantes para elaborarlos, pero la industria tuvo que dar marcha atrás. Generaban potenciales problemas desde el punto de vista microbiológico, por lo que la industria optó por los aditivos artificiales químicos para ofrecer el producto con todas las garantías al consumidor.
El pan, el jamón...
Por otra parte, los sabores "no naturales" no solo surgen en el laboratorio. Por ejemplo, ¿es natural el aroma y el sabor de un pan recién horneado? La respuesta es que no, pues responde a un proceso químico que resulta cuando, tras hornear el pan, se producen reacciones químicas que generan el olor característico. ¿Y el sabor del jamón? Tampoco, su sabor es consecuencia de las reacciones químicas producidas por microorganismos que, mediante enzimas, actúan sobre las proteínas y generan el aroma, sabor y textura tan característicos. El queso -ese inmerecido enemigo de las dietas- es otro ejemplo. Su aroma natural es consecuencia de su proceso fermentativo natural.
La historia se repite en multitud de productos. Hay muchos saborizantes naturales en el mercado, pero los más comunes son el chocolate, la fresa y la vainilla, posiblemente el sabor más popular en todo el mundo. No solo está en dulces, helados y galletas, sino que es un sabor que se añade a otros alimentos porque mejora la percepción de otros sabores, como el del chocolate, las frutas y el café.
Y, a pesar de ser tan popular, puede que nunca hayas comido un producto que contenga extracto de vainilla natural, puesto que se obtiene de unas orquídeas de difícil recolección, que solo crecen en unas pocas zonas tropicales del planeta (Madagascar, Tahití, Indonesia, Isla Reunión y México), lo que hace imposible abastecer la demanda anual que necesita el planeta, que son más de 16.000 toneladas. Lo que posiblemente hayas comido son sustitutos como el extracto de castoreum (aún se considera sabor natural porque viene del animal) o los creados en el laboratorio, con resultados en sabor casi idénticos.
Si tienes la suerte de haber probado un producto elaborado con la vainilla procedente de la planta natural (a unos 3.000 euros el kilo de extracto), quizá hayas vivido una increíble experiencia sensorial. Pero solo será un sabor. Si te interesa saber la cantidad de azúcares, grasas y calorías que tiene el alimento en cuestión, tendrás que leer la etiqueta, porque nadie te asegura que sea precisamente bueno para tu salud. Y eso es lo que importa, ¿no?