Rocío Bermejo | Pediatra-Endocrinóloga
En los últimos años en España a pesar de la cantidad de información que tenemos sobre nutrición, la conciencia colectiva de los beneficios del ejercicio y el “bombo y platillo” que se está dando al tema en los diversos medios, nuestros niños siguen engordando.
Se calcula que 2.100 millones de personas sufren sobrepeso (el 30% de la población) y, de ellas, casi 700 millones son obesas, según un análisis publicado en The Lancet con datos de 188 países que concluía que el problema afecta a gente de todas las edades y que ningún país ha conseguido revertir la tendencia en los últimos 30 años.
En la Asamblea Mundial de la Salud de 2012 los países acordaron trabajar para frenar cualquier futuro aumento de la proporción de niños con sobrepeso. Esta es una de las seis metas mundiales sobre nutrición destinadas a mejorar la nutrición de la madre, el lactante y el niño pequeño para 2025.
No voy a entrar en los diversos motivos del difícil control de esta patología. Por crudo que parezca, tenemos que tomar conciencia de que la obesidad, aunque se dé en el niño, es una enfermedad, y que no se solucionará sin una intervención de profesionales en el tema.
Lo que me interesa es lo que podemos hacer, y lo más paradógico es que si al niño le preguntas que puede hacer, la mayoría de niños en edad escolar lo sabe, lo que es más difícil saber es si el niño propio y su entorno tienen noción de tener sobrepeso u obesidad. ¿Que autopercepción tiene el niño de su obesidad? ¿Y las personas de su entorno, incluidos sus pediatras?
Todos tenemos la experiencia de valorar la obesidad, simplemente “de visu”, vas por la calle y ya estás haciendo el diagnóstico, de modo grosero, sin entrar en clasificaciones mas sesudas, pero todos lo hacemos, incluso los propios niños saben cuál es el gordo de clase, y por ello, mucha veces, por desgracia “chivo expiatório” y objetivo de burla. Entonces, ¿por qué es tan difícil pedir ayuda por parte de los padres o abuelos y actuar para solucionar el problema?
Reconocer el problema y pedir ayuda es el primer paso, y parece que también el más difícil de dar.
No dejen que nuestros niños sean los grandes damnificados por este tipo de malnutrición, que esto lastre su crecimiento y desarrollo personal, que la obesidad pueda provocar consecuencias negativas que les acompañen de por vida como diabetes, hígado graso, infartos precoces, etc.